viernes, 20 de noviembre de 2015

“Libres de nuestros impulsos”

 La libertad espiritual es la clave para gozar de libertad en todas las áreas de nuestra vida. Si los seres humanos todos entendieran esto, la humanidad sería diferente. Pero en realidad aun los mismos cristianos nos hemos vuelto un poco escépticos de la libertad integral. Creemos que Jesús nos liberó espiritualmente pero no estamos tan seguros que esa libertad abarque también otras áreas de nuestra vida. La razón principal por la que pensamos así es por causa de nuestras tendencias a las que hoy llamaremos “impulsos”. Todos hemos fracasado una y otra vez en el intento de acabar con algún impulso que continuamente nos ha arrastrado a cometer errores. Nos pareciera que es algo que no podemos cambiar y que tenemos que aceptar cohabitar con eso por el resto de nuestras vidas.                                
   

Un impulso de acuerdo a la siguiente definición es: “La tendencia que los seres humanos experimentamos aunque sea una vez en la vida y que implica el actuar movido por alguna emoción sin que haya mediado una deliberación previa de la razón”

Así que dicho de una manera más sencilla es “actuar sin pensar”

¿Quién no ha actuado así aunque haya sido una vez en la vida?

Tal vez la respuesta apresurada, el gesto feo con el que te dirigiste a la otra persona, la mirada equivocada y otras tantas cosas aún de carácter más íntimo que te avergonzarías solamente de pensar en eso.

Tenemos impulsos o arranques de temperamento, impulsos sentimentales, impulsos sexuales, etc. Y reincidir en esos impulsos ha convertido a muchos cristianos en sarcásticos a la hora de hablar de su libertad. Aceptan la vida eterna pero no creen que puedan vivir la victoria en esas áreas oscuras de sus vidas. 

Pero hoy quiero recordarte las palabras de Isaías 61: 1 “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió Jehová; me ha enviado a predicar buenas nuevas a los abatidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a publicar libertad a los cautivos, y a los presos apertura de la cárcel.” 

Ese ungido es Jesús, el único capaz de dar verdadera y completa libertad. Yo quiero que hoy seas impregnado de esta verdad, que el Espíritu te bautice con mucha fe en esta verdad tan necesaria de creer.

Moisés fue una persona que vivió una vida interesante y muchas de sus experiencias de la niñez lo convirtieron en una persona que actuaba sin pensar, que actuaba por impulsos.


Moisés era descendiente de Leví el hijo de Jacob. Y este Leví era un hombre violento. En Génesis 34 encontramos la historia de Leví cuando Siquem el príncipe heveo violó a su hermana Dina, y esto fue lo que Leví hizo en compañía de su hermano Simeón…

Por eso su propio padre dijo de ellos: “Simeón y Leví son hermanos, armas de iniquidad sus armas”

De esa descendencia provenía Moisés, no se podía pedir nada mejor de él. Como dice el dicho: “De tal palo tal astilla.”

 Las circunstancias en las que el pueblo hebreo se encontraba mientras Moisés crecía eran muy negativas. Ellos eran esclavos sufridos que eran maltratados todos los días. Y ese sufrimiento constante provocó quizás resentimiento en el corazón de Moisés.

Además este joven vivió experiencias traumáticas, tales como ser separado de su familia cuando era un niño y creció quizás añorando pertenecer a su familia biológica pero era visto como hijo de la hija de Faraón. Más dolor añadido. 

Las personas que crecen en semejantes circunstancias tienden a ser dominados por enojos extremos, ira descontrolada y resentimiento profundo. Moisés era una de esas personas.

¿Qué se podía esperar de alguien con semejante historia? 

Sin embargo Números 12:3 dice así: “Y aquel varón Moisés era muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra”

¿Cómo pudo un hombre lleno de ira convertirse en una persona tan mansa?

Jesús nos dice cómo es posible en Mateo 11: 29…

Ser manso es lo contrario a ser iracundo, pero la mansedumbre no es un fruto humano, sino del Espíritu (Gl.5:22-24). Entonces solo es manso el que camina con el Señor pero la clave para caminar con el Señor se encierra en Mateo 11:27…

Moisés comenzó a ser transformado en el desierto cuando la zarza ardía y no se consumía. Luego fue mucho más transformado cuando subió al monte y estuvo cuarenta días en la presencia de Dios. Curiosamente las palabras que el Señor le dijo fueron: “Yo soy Jehová…lento para la ira y grande en misericordia”. Moisés por naturaleza era iracundo pero por experiencia fue manso. Porque nadie que pase tanto tiempo en la presencia de Dios sale igual a como entró. 

No hay impulso humano que permanezca en nuestras vidas cuando nos ligamos al Señor. No hay opresión satánica que permanezca cuando se camina todos los días en amistad con Cristo y rendición a Él. Si tienes una tendencia que no ha sido cortada en tu vida, no salgas de Su Presencia hasta no ser transformado y asegúrate que cuando salgas ÉL esté a tu lado.








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